Los gritos del silencio.

El país
atraviesa un momento especialmente difícil. Todos los días los venezolanos
despertamos con noticias trágicas; los titulares nos hablan de muerte,
violencia y dolor. Se nos va el día revisando información sobre la ola de protestas
que lleva más de 60 días, justas y además justificadas, la represión desmedida
e ilegal, y propuestas que no solucionan la crisis sino por el contrario la
agravan. Estamos sumergidos en medio de
rumores, zozobra, impotencia y hasta frustración; toda la realidad parece
hablarnos de desolación. Sin embargo, fui testigo durante muchos sábados de
cómo el país se va gestando también desde lo pequeño, de la manera en que tanta
gente está haciendo su apuesta sencilla pero valiosa.
En Padre Diego,
todas las semanas 8 niños con edades comprendidas entre los 10 y 13 años se
reunían con la intención de asistir a catequesis. La señora Dulce despertaba
cada sábado con ánimo y ganas de ir a darla, de acompañar a estos niños en su
vida de fe, de ayudarlos a ser buenos cristianos, es decir, seres humanos
edificantes, que se reconozcan, tiendan puentes y concilien. Dios me ha dado la
oportunidad de estar con ellos en este proceso formativo y de descubrir a su
Hijo de 11 años.
Cuando se me
pidió acompañar la catequesis de esta comunidad sentí miedo, nunca había hecho
algo semejante. Gracias a ese miedo pude acercarme a los muchachos para
descubrir juntos los miedos que surgen al entrar en la adolescencia, la
impotencia ante una realidad que parece acorralarlos y aventurarnos, de la mano,
a vivir la experiencia del Jesús adolescente que quiere hacerse amigo de cada
uno de ellos y que, con el paso de las sesiones, lo íbamos descubriendo y
sintiendo.
Muchas mamás
apostaban en medio de la dificultad para que sus hijos no faltaran cada sábado
a la catequesis, una apuesta que termina por colocar su esperanza, ante una
situación como la actual, en Jesús de Nazaret. Fue bonito ver con los chamos
cómo Papá Dios se vale de la debilidad humana para construir el Reino y cómo con
Jesús, que es uno de nosotros, lo consolida y nos invita de manera definitiva a
la vida en abundancia.
Al principio
pensaban que Jesús tenía 30, 40 o 50 años; al final del proceso, lo vieron de
13, sonreían al ver que los entendía y animaba. Jesús los abrazó como hermano,
los escuchó como amigo y los impulsó como fuego. Hacer la primera comunión era
unirse, ahora con conciencia propia, al estilo de vida que proponía ese nuevo
amigo. Yo llegaba cada sábado golpeado por el presente que atraviesa el país, pero
al mirar a esos chamitos veía también al futuro, Venezuela sí que tiene
esperanza, sí que vienen cosas buenas para esta tierra, porque desde todos los
rincones del territorio nacional salen los gritos del silencio, el grito de estos
8, el grito de sus mamás, el grito de Dulce, el grito de todos, que no hace mucha
bulla pero lo transforma todo, que lo hace nuevo, que invierte el orden de las
cosas y que contradice la lógica a la que estamos acostumbrados, porque es el
grito de Jesús, que lo ha transformado todo y lo seguirá haciendo.
Así, el sábado
27 de mayo los 8 muchachos de Padre Diego participaron de la Comunión, que nos
alimenta y hace uno, que nos llena de fuerza para seguir gritando con la voz,
donde haya que hacerlo, pero que sobre todo potencia nuestros gritos desde el
silencio. Desde la Compañía de Jesús y la Iglesia celebramos este momento
bonito de estos hermanos nuestros que nos invita a seguir soñando. Y yo,
finalmente conocí de forma personal al Jesús de 11 años, lo miré a los ojos y
Él, en ellos, me sonrió.
Jesús
Linares SJ
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