Color en el Desierto. Erick Mayora N.SJ

A un desierto he sido invitado.

Parece que ahí Dios quiere decirme,
al oído,
algo que aún no he podido (querido) escuchar.

Voy a ese desierto con mi pesado morral,
intentando hacer un viaje seguro,
intentando tener una estancia segura,
intentando controlar el momento.

Pero el desierto, con sus montañas grises,
y sus verdes opacos
y con sus tunas y su polvareda
y su sol inclemente
y sus largas veredas
y su silencio prolongado,
me coloca en el terreno de lo nuevo,
de lo incierto, de lo inseguro.

Entonces, siento que no logro tener el control de nada.

Entonces me doy cuenta de que no controlo nada,
de que estoy ahí, frente a esas montañas grisáceas,
acompañado de un silencio profundo,
en el que no encuentro paz.

Curioso. Un silencio profundo que no me regala paz.

Entonces, mis ruidos internos hacen fiesta
y siento el deseo de descargar un poco mi morral.

Escucho, de este y de aquel, la invitación a ser transparente,
la invitación a descargar.

Comparte tu carga, me dice, me dicen.

Tanto tiempo con mi pesado morral,
Y ahora ¿descargar?
Tanto tiempo con mi pesado morral,
buscando sentirme seguro durante el viaje
y ahora parece que el viaje pinta mejor si me atrevo a descargar.

No estoy seguro.
Temo. Sudo frío. Respiro profundo.
Me atrevo. Lo vacío.
Quedo desnudo. Sin seguridad. Sin control.
Confiando, o por lo menos intentando confiar.

Estoy, ahora, en un terreno que desconozco.
¿Qué hago? No sé.
No sé qué hacer.

Entonces, en las veredas del desierto,
entre vientos y polvareda,
entre tunas y asfalto iridiscente,
entre el silencio y las grises montañas
unas flores rojizas comienzan a adornar el borde del camino.

Están ahí. ¿Estaban ahí?
¿Acababan de nacer?
¿Acaso las había ignorado?
El desierto sigue siendo el mismo,
Mi desierto.
Pero ahora lo camino desnudo,
con el morral ligero,
sin tener el control de nada,
sólo percatándome de que unas flores rojizas
le han puesto color al borde del camino.
Mientras, sigo caminando.

 Erick Mayora N.SJ