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Niños del Pequeño Cottolengo Don Orione. |
Rostros cargados de inocencia, gestos
que expresan lo contento que es estar con vida. Un mundo que desde otra
perspectiva parece que a gritos reclamara la injusticia de un trato que no
saben entender, en su condición desvalida solo miran fijamente al horizonte que
les señala vida.
Todas las mañanas les comienzan igual al
ritmo del agua fría, entre gritos y nostalgias empiezan los buenos días de
quienes no sabrían con precisión qué día se les avecina, pero el acto cotidiano
les indica que ya amaneció, entre gritos de agua fría.
Es en cada mañana donde la vida se les
muestra con su mejor cara, es ese nuevo día el que se traduce en confianza,
confianza del que en ellos se encarna.
Sus cuerpos se estremecen con las gotas
que inundan su ser, sus ojos fijos te piden clemencia, sus gestos te ruegan
atención y sus balbuceos te piden amor de vida.
Miro sus rostros y, con detenimiento,
escudriño sus miradas, que me sacan gestos de atención desde el amor, de ese
amor de quien caminó entre nosotros y se acercó sin temor y discriminación, de
un amor que se hace el encontradizo y nos dice: ¡Aquí estoy yo! Y me invita a
vivir desde la inocencia la fragilidad de su encarnación.
Francisco Alejandro Serrano Wellman
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