
La realidad no pudo ser más distinta. Lo primero que
pude descubrir fue que no llegué a un hospital sino a un hogar, y que quienes
ahí me esperaban lejos de ser pacientes era un grupo de personas, con personalidades
increíbles y cuyo único objetivo ese mes fue el de apoderarse irresolutamente de
mi cariño y de mi atención. Lo cual lograron, y con creces.
Bañar y ayudar a alimentar a quienes sufren de
parálisis cerebral, cuidar a quienes por su dura condición mental están lo
suficientemente retraídos en sí mismos como para ser incapaces de cuidarse por
sí mismos, y pueden incluso llegar a la autoagresión, hasta el simplemente
conversar y escuchar las dificultades y realidades de las distintas personas
que trabajan en el Pequeño Cottolengo fueron mis actividades principales
durante un mes, en el que fui yo más movido y tocado en mi alma por quienes
hacen vida en el Cotto de lo que pude yo haber aportado.
Si bien esta experiencia de hospital, clave en el
proceso formativo de la Compañía de Jesús, fue para mí una oportunidad de
servir y de dejarme sorprender por la novedad de la experiencia, más importante
fue el sentirme profundamente agradecido por ver cómo Cristo mismo me presentaba
la oportunidad de bañarle, de vestirle, de alimentarle y de cuidarle, y en esas
atenciones Él respondía donándome las Gracias necesarias para fortalecer mi
vocación.
Alfredo Reyes NSJ
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