Wednesday, January 17, 2018

Fui tocado en mi alma por quienes hacen vida en el Cotto.

Ciertamente esperaba otra cosa. Cuando pensaba en un hospital para personas con dificultades mentales, a mi mente venían paredes blancas, olores desagradables y pacientes atados a camas y en condiciones físicas deplorables, las cuales responden a la realidad particular propia de su condición, agravada por la situación social del país que no discrimina de condición mental.

La realidad no pudo ser más distinta. Lo primero que pude descubrir fue que no llegué a un hospital sino a un hogar, y que quienes ahí me esperaban lejos de ser pacientes era un grupo de personas, con personalidades increíbles y cuyo único objetivo ese mes fue el de apoderarse irresolutamente de mi cariño y de mi atención. Lo cual lograron, y con creces.

Bañar y ayudar a alimentar a quienes sufren de parálisis cerebral, cuidar a quienes por su dura condición mental están lo suficientemente retraídos en sí mismos como para ser incapaces de cuidarse por sí mismos, y pueden incluso llegar a la autoagresión, hasta el simplemente conversar y escuchar las dificultades y realidades de las distintas personas que trabajan en el Pequeño Cottolengo fueron mis actividades principales durante un mes, en el que fui yo más movido y tocado en mi alma por quienes hacen vida en el Cotto de lo que pude yo haber aportado.


Si bien esta experiencia de hospital, clave en el proceso formativo de la Compañía de Jesús, fue para mí una oportunidad de servir y de dejarme sorprender por la novedad de la experiencia, más importante fue el sentirme profundamente agradecido por ver cómo Cristo mismo me presentaba la oportunidad de bañarle, de vestirle, de alimentarle y de cuidarle, y en esas atenciones Él respondía donándome las Gracias necesarias para fortalecer mi vocación. 

                                                                                                                               Alfredo Reyes NSJ

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