
La atención diaria a los muchachos
cambiaba según las necesidades del día, en lo personal siempre estaba
disponible para la misión y con la gratuidad que eso requiere, lo comúnmente
que hacía en las mañanas era bañar y vestir al pabellón de Betania y Nazaret
donde están los residentes de parálisis cerebral que dependían de una atención
total. Luego de eso, me unía a la cocina para ayudar hacer el desayuno y parte
del almuerzo de todos los que hacíamos vida en el Cottolengo, en varias ocasiones
me toco ser el arepero, labor que con todo el gusto hice por saber que estaba haciéndoles
las arepas a los muchachos.
Seguidamente venia la limpieza de
algunas áreas, momentos de oración ignaciana y reflexión personal y compartir
con los muchachos de los distintos pabellones, eran momentos que disfrutaba
muchísimo. Y en esa sintonía, siempre
estuvo en mi mente el Evangelio de Mateo 25:36-40“estuve desnudo, y me
cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”. Cada
palabra de esa línea la viví con intensidad en el Cottolengo y sin
planificación alguna, todo se fue dando en el camino y en ese andar me iba
haciendo al modo de Jesús. Tuve la
oportunidad de visitar varias Comisarías policiales donde estaban detenidos
hombres y mujeres, esta acción se realizó gracias a los voluntarios del Cottolengo, gracias
a la Divina Providencia pudimos en
navidad dar arepas rellenas con jugo
como símbolo de caridad y solidaridad. Además, visitamos el basurero de Pavia
con el mismo fin, el impacto que recibí de dicha diligencia fue vital para
entender la misión de la Iglesia en estos tiempos de hambre y miseria,
acercarse a la realidad de las periferias donde reina la desigualdad social y
allí ser profetas de esperanza como lo
invita el Papa Francisco.
La experiencia de mes en el Cottolengo
fortaleció mi vocación, me hizo profundizar más en el servicio y amor a los demás, en darme
sin medida, porque todo lo que hacía era para mayor Gloria de Dios, y de nuevo
escuchaba en mi interior el Evangelio de Mateo que marco mi misión, “Y
respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a
uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Allí estaba Jesús
encarnado, y con la mirada de cada joven me animaba a seguirle con más fuerza y
entrega, eso me daba mucha felicidad, a gusto me sentía estar en una obra de
caridad, pude aterrizar en humildad, tolerancia y ganar en libertad, todo esto fue producto de
la Gracia de Dios, nunca me sentí solo, más bien su presencia me acompañaba en la misión y me enseñaba como
Buen Maestro.
Erven Manuel Amaya
Gauna NSJ
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